Cada amanecer es único en Idomeni, donde se lucha cada día por sobrevivir y se respira humanidad. Por la mañana todavía humean las hogueras encendidas durante la noche para cocinar y reunirse la familia recordando sus canciones y tradiciones.
Pero cuando sale el sol físico y empieza a dar calor, van apareciendo otros soles que dan otro tipo de calor. Unos cogen el camión y van al mercado a comprar fruta y verduras para intentar alimentar a 12.000 personas, otros pelan patatas y trocean zanahorias y cebollas, otros cocinan con eso algo caliente, otros lo reparten.
En una tienda en medio del campamento unos voluntarios calientan agua y preparan la bañerita para que las madres puedan bañar a sus hijos dignamente.
Los médicos se disponen a atender las necesidades sanitarias de las personas que allí sobreviven.
Algunos se preocupan por la educación de los niños, adolescentes y jóvenes, ya que los más pequeños todavía no han podido ir nunca a una escuela y los demás hace 4, 5 o 6 años que no reciben atención escolar porque están huyendo de la guerra y el terrorismo.
Llega un contenedor de ropa. Se hace una llamada a los voluntarios y voluntarias para que acudan a clasificar, mientras otros están repartiendo ropa interior.
Atacados, humillados, ninguneados por la frialdad, el cinismo y los intereses económico-electoralistas-geoestratégicos de los dirigentes europeos, los refugiados reciben la luz y el calor de esos soles que van apareciendo cada día sin falta, unos soles que han aparcado sus vidas y proyectos personales para estar allí, ayudar, compartir, escuchar, atender... y que son portadores de la luz y el calor de muchas personas que les apoyan, de los que todavía tienen sentimientos y corazón. Gracias por la luz y el calor... de lo mejor de nuestra humanidad.
Es el mejor amanecer que he visto nunca.
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