Cuando recibí la llamada del grupo de voluntariado de la maternidad de Atenas, se me abrió el corazón:
Por favor, Papa Noel, no te olvides de nuestros niños, pásate por nuestro edificio.
Cómo me voy a olvidar!!! Cada día lloro por tantos miles de niños escapando de la guerra y del terror, viviendo la peor pesadilla de su vida.
Les dije que sería el primer lugar por donde pasaría y les dedicaría todo el tiempo que se merecían. Sabía que tenía que emplearme a fondo, porque para la mayoría, sería el primer regalo de su vida.
Cuando llegué allí, me encontré un lugar frío y oscuro. Me explicaron que les cortaron la luz hace un mes y medio, porque no les quieren en ninguna parte.
Pero también me conmovió encontrar un lugar lleno de humanidad, con unos pocos voluntarios que se esforzaban en dar calor humano, y con unas familias que se ayudaban unas a otras en el peor momento de su vida, como una gran familia.
Así que pasé habitación por habitación, hablé con cada niño, les entregué su regalo, reímos juntos... Algunos niños hasta temblaban de emoción.
Los voluntarios se esforzaban en iluminar mi camino con linternas, como una parábola de la vida. Ellos creen que todos los niños del mundo tienen derecho a la ilusión, a la sorpresa, al amor incondicional, a la ternura, a la paz... a la esperanza.
Definitivamente, esa fue la mejor noche de mi vida.
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